La tierra como salvoconducto
Pensión Cultural Milán / sábado 09.09.23
El 9 de setiembre de 2023 compartí “La tierra como salvoconducto”, un texto creado para un evento muy singular llamado Pink Panther llevado adelante por la querida Jacqueline Lacasa y la Pensión Cultural Milan toda. Fue un honor poder participar junto a grandes artistas e intercambiar un sin fin de miradas sobre un sin fin de temas. Como resultado uno se lleva una mochila de cuestiones para meditar y eso vale oro. En ese mar de enfoques lo que rescato es la presencia del corazón cálido, la capacidad de escucha de todos hacia todos, y la posibilidad de aprender de todos aún cuando los caminos sean distintos. Gracias por sus aportes, y a quienes no pude escuchar por tener que irme en la mitad, espero poder leerlos en el futuro libro de Pink Panther. Sin duda la mejor presentación fue de quien no necesita decir nada, Corazón, el querido felino de la Pensión.
La tierra como salvoconducto
Ciro A. Jaumandreu / Pink Panther #2
9 de setiembre de 2023 / Pensión Cultural Milan
Nuestro pasaje por esta tierra, en estos tiempos, podríamos decir que tiene una doble característica: alejados de la tierra y alejados del ser. Permanecemos en un limbo entre el afuera y el adentro, aferrados mayormente a una imagen abstracta del mundo construida por nuestro pensamiento calculador. Es desde esta abstracción y desde este juego de lógicas que se alza el mundo contemporáneo como una gran construcción. Hoy ya no se dan las cosas, se construyen, y esto plantea por un lado beneficios en algunos aspectos, pero por otros un gran peligro.
Se plantea con urgencia la necesidad de un salvoconducto: un pasaje en libertad para habitar sin temor el peligro latente del olvido final del ser.
Si hacemos un viaje esencial en la historia de la humanidad, no desde los entes y sus narraciones, ni una historiografía de datos, sino una historia del ser, podríamos diferenciar dos eras: la primera surge desde el fondo del tiempo, y su fin comenzaría con la primer revolución industrial, siendo este supuesto fin un proceso de “culminación” en la que aún hoy continuamos. Esta era podríamos llamarla la era del alejamiento del ser, un proceso que el tiempo dio, con largos períodos de tiempo, en el que el evento a destacar fue el continuo y lento alejamiento del ser en la experiencia interior humana.
Desde la revolución industrial algo cambió, y nació una nueva era: la era del olvido del ser. Hoy vivimos en medio de la transición de estas dos eras, y podemos ver que ambas se encuentran entremezcladas en nuestro tiempo. Aunque claro, no sabemos cómo será el futuro, y es por esto que lo que se avizora, el olvido total, no tiene porqué ser determinantemente así. Y es por esto que nos abrimos a la posibilidad de un salvoconducto, a la búsqueda de algo que nos ayude a acercarnos nuevamente al ser.
En la era del alejamiento del ser, el ser aún es presencia al cual se puede acceder. Por más lejos que esté, está ahí a disposición. Una característica fundamental de esta era es que el ser se manifiesta, se desoculta en la interioridad. Se experimenta, se vivencia. En la era del olvido, el ser se desoculta en el exterior, en los entes, en las cosas. Desde el desarrollo de la técnica moderna el ser se manifiesta afuera en la efectividad de la máquina. Esto es un salto en cuanto que el ser pasa de estar lejos (en el interior) a ya no estar en el interior (hablamos en términos perceptivos) sino a estar afuera en las cosas, lo que con el tiempo, esta vez con mucho menos tiempo, comenzamos a olvidar la presencia del ser en nuestro interior para aferrarnos a la funcionalidad exterior que se nos presenta como una verdad manifiesta.
En la era del alejamiento existe la posibilidad de acercarse al ser por muchos medios y el tiempo dio consecutivamente tres emanaciones, nacidas cada una de ellas de la necesidad de volver a la plenitud del ser según lo que la distancia en su tiempo podía dar:
Del ser el culto, del culto la cultura y de la cultura el arte.
Estas tres emanaciones se presentaron como salvoconductos para acercarnos al ser. Uno emana del otro y brindan distintas cualidades y calidades interiores. Tanto el culto, como la cultura y el arte tienen en su fundamento al ser, y cuanto más cercano al ser se esté más cercano se está también con todo lo que es desde sí: la naturaleza, la tierra. Tanto el culto como la cultura tenían en su origen una relación íntima con el cosmos (sus estrellas y planetas), con los dioses (sus cualidades y enseñanzas), con la tierra (sus ciclos, paisajes y frutos) y con la comunidad (sus formas, sus costumbres). El ser humano se sentía íntimamente ligado a todo. Pero con el paso del tiempo el alejamiento del ser se hacía más pronunciado y este relacionamiento comenzaba a flaquear. Fue en la época de la revolución industrial que comenzamos a sentirnos separados de todo, ya no tenía sentido alguno vivir relacionados a los astros, contemplar la naturaleza ni sentirnos parte de la comunidad. Comenzaba así la era del olvido del ser y con ella la desintegración, la desertificación, la fragmentación.
¿Dónde encontrar un salvoconducto hoy cuando el culto y la cultura parecen vaciarse de fundamento, de aquella íntima relación con el todo? Lo que enraizaba al culto y la cultura, llámese dioses, cosmos, tierra y comunidad, que nos brindaban piso firme para el acercamiento al ser, no nos queda casi nada. Los dioses huyeron diría el poeta Hölderlin ya en épocas del Romanticismo. Al cosmos solo lo medimos y calculamos pero no nos relacionamos con él. De la tierra estamos alejados, no nos sentimos naturaleza. La comunidad está fragmentada y enfrentada, perdió lo que aglutina. Por todo esto el culto en sí es inefectivo en casi todas sus variantes y la cultura no se da como regalo de largos tiempos de esta íntima interacción, sino que la construimos artificiosamente desde políticas culturales, desde intereses empaquetados y transformados en agendas: planes a base de cálculos y mediciones.
De todo lo expuesto lo que nos queda, aún cuando en nuestra vivencia la sentimos lejos, es la tierra. Estamos alejados de ella, de sus ciclos, de sus fuerzas telúricas, incluso del sedimento mismo por una capa de cemento. Pero es lo que tenemos más cerca, a mano. Ella está acá, sosteniéndonos y alimentándonos. Todos tenemos acceso a ella. La tierra sigue siendo desde sí misma (aún cuando nuestra intervención cambia su esencia y corremos el riesgo de perderla). La tierra está debajo de nuestros pies, y necesitamos ver con claridad que nosotros los Humanos somos tierra, la palabra misma que nos define nos lo dice, humano viene de humus, tierra. Ella está a disposición para todos quienes quieran ahondar en su misterio.
Acercarnos a ella es acercarnos al ser.
En ella está manifiesto lo que nosotros somos.
Ser Tierra es lo que nos salva.
Pero esto que suena tan simple conlleva una inmensa complejidad.
Porque acaso ¿nos sirve un salvoconducto para que uno pueda salvarse del atormentado mundo en el que vivimos? No, no sirve, porque el individuo está en el todo y el todo está en el individuo. No puede haber salvación individual porque siempre el individuo es parte del todo, así como no es posible la salvación si eliminamos al individuo haciéndolo pasar por el todo. Este fino camino del medio es sin duda un arte, y el arte mayor es poder ser conscientes de que esto de que el individuo es parte del todo y el todo es parte del individuo es un fenómeno real y no simplemente una idea abstracta.
¿Pero qué queremos decir con salvoconducto, con salvarnos?
Salvar quiere decir ir a buscar algo y conducirlo a su propia esencia, cuidar su esencia. Cuidar su esencia es dejar ser lo que se es.
Esto sería imposible si pensamos que no existen esencias ni naturalezas. Desde esta visión en que en el fondo hay nada, todo puede ser transformado al antojo pues no hay temor a violar ninguna naturaleza. Todo puede ser violado, y toda violación es violencia. Esto es un signo del olvido del ser, que nos lleva a un mundo sintético, un mundo vaciado de interioridad y fundamento, un mundo en el que el objetivo será la inmortalidad del cuerpo y la muerte del alma. Esto se viste de progreso, sin embargo cabe preguntarnos si el progreso es posible sin la muerte, si evitarla no impediría el progreso de la humanidad como un todo.
Las oportunidades de encontrar un salvoconducto son cada vez más escasas. Pero tenemos aún la llave que abre su puerta: el amor a la tierra y a su cualidad de dar desinteresadamente. Ese amor toma la forma de veneración a aquello que nos permite ser en medio del misterio que es estar acá todos juntos, a la tierra, que es la base de nuestra experiencia y que nos lleva de viaje por la inmensidad del universo. Para que aflore esta veneración necesitamos entonces un pasaje en libertad para habitar sin temor el peligro latente del olvido final del ser.